¿Existe quizá, un personaje más apasionado, fiel y masoquista que un hincha del fútbol? La respuesta es simple: No. Es trivial el color de tu camiseta, el lugar, ni la categoría, el hincha es que aquel individuo que sufre y goza viendo a su equipo, somos iguales.
Pasar de ser jugador, es decir de miembro activo en un partido de fútbol a hincha, es uno de los trances muy comunes en el mundo de este deporte. De protagonista a observador ¡qué difícil! Es una tortura ver a tu equipo mientras pierde, pero es un deleite cuando tus colores se alzan con la victoria. No solo se sufre en el resultado, sino en los días y horas previo a un partido, durante el mismo también.
Los hinchas realizan rituales previos a un partido, en el transcurso de éste apelamos a todo tipo de cábalas, ver con un grupo de amigos, llevar la camiseta puesta o rezar a alguna imagen. No importa, todo vale y esa propuesta idealista de cumplir con ciertas acciones que nos garantice el triunfo.
En el fútbol existen tres resultados posibles, pero el hincha o fanático solo contempla uno: La victoria. Cuando ésta se da somos los seres más felices de la tierra, miramos el mundo con optimismo y cuando se gana un torneo, ni que decir, es el éxtasis total, la mayor sensación de algarabía y emotividad que podemos experimentar. También, toca empatar este resultado es vacío y frío.
Sin embargo, como todo en la vida, cuando nos toca perder nos confundimos, renegamos, y si tuviste la mala fortuna de ver a tu equipo descender de categoría o tener resultados negativos, es peor, entramos en una profunda tribulación, nos afecta, nos destruye y resultado de ello es que durante días hacemos nuestras actividades ya sean laborales, académica o profesionales, en estado neutro, sin emociones y guiados por la insípida rutina.
Hay hinchas de todos los matices, esos que sufren y gritan en silencio, que solo abren la boca para decir gol; hay aquellos que viven a ritmo de telenovela y otros que vibran y reaccionan con cada jugada, con cada movimiento del balón, con cada desplazamiento de su cuadro. Los hinchas son el jugador número doce, ese que genera el empuje a sus soldados cuando van cayendo los ánimos, se han ganado partidos por el simple hecho de tener a ese decimo segundo jugador enchufado y motivado durante los noventa y pico de minutos que dura un partido.
El fanático se convierte en un miembro fundamental dentro del clima motivacional en el deportista, este concepto fue acuñado por Carole Ames psicóloga educativa de origen norteamericano, la cual destaca que el clima motivacional es un conjunto de variables contextuales o situacionales que influyen en la acción deportiva. Entonces, el hincha ocupa un lugar privilegiado desde su sola presencia y apoyo puede influir de un modo trascendental dentro del desempeño del futbolista.
Somos incomprendidos, esperamos siete largos días para ir a ese templo donde aprecia esa batalla incansable de sus once guerreros luchando por anotar un gol y espera con ansias una alegría. Un partido de fútbol, es más o menos parecido a un escenario, una guerra a un enfrentamiento, en el que la contienda se basa en tener ese trofeo llamado balón y que este termine dentro del arco. Esperamos mucho de nuestros gladiadores, depositamos en ellos las expectativas y un sin de emociones.
Los psicoanalistas dirán que quizá se pretende llenar un vacío, que por medio de sus jugadas y piruetas intenten devolvernos el alma a las miles de personas que asistimos a un estadio donde algunos ocultan pesares con los amigos, parejas o familia. El estadio, es el diván del pobre decía un amigo argentino.
Aquí nos desquitamos y manifestamos todo lo que quizá no podemos decirle a nuestro jefe, a nuestra esposa o a nuestros hijos, lamentablemente, sirve también como espacio de catarsis en el que desfogamos lo contenido en una semana.
Durante un juego de fútbol, acompañamos y esperamos durante noventa minutos a que suceda el partido y cuando termina nos sentimos como zombis en la que volvemos a la rutina. Somos paganos, vamos en busca de esa belleza deportiva de ese espectáculo que nos llena los ojos y nos aleja un poco de la realidad. Los domingos después de los partidos, son inciertos, desolados, pierden el sentido, si perdimos, claro. Por el contrario, si ganamos el domingo se convierte en una fiesta interminable
Conclusión
Nuestra pasión pone a prueba nuestra mejor versión creativa e imaginativa, construir las mejores excusas con el fin de justificar nuestra insistencia al colegio, a la universidad o al trabajo. Y si, a eso nos lleva el fútbol, a convertirnos en un hincha acérrimo y defensor de nuestros colores.
Porque para todos los que somos hinchas de algún club, nuestros colores son los mejores “Lo más grande que existe” “Nuestro equipo es el mejor” infinidad de frases que encarnan ese sentimiento hacia una camiseta. Aquí aflora esa necesidad natural de identificación con un grupo humano y el sentido de pertenencia que ostentamos, atribuimos las mejores condiciones positivas y destrezas a nuestro club; mientras que, los colores de otro club para nosotros representa algo relegado no digno de ser compartido. Así de radicales somos (algunos por suerte).
El fanatismo no tiene límites ni por nuestro club ni por nuestra selección, somos una mezcla de lealtad, pasión y masoquismo, más aún, si somos peruanos, casi treinta y cuatro años sin ir a un mundial, con pocos logros a nivel internacional y el fútbol sigue siendo el deporte más importante y popular.