Casi sin problemas, en el Perú se acepta que existe discriminación social y se explica (justifica) en términos de diferencias culturales. Los peruanos consideran que sus prácticas discriminatorias no son racistas porque no aluden a diferencias biológicas (color de piel, rasgos físicos, etc.), sino culturales (costumbres, hábitos, etc.). Esta convención social es el meollo de la formación racial peruana. Si bien, los orígenes que explica este fenómeno del racismo provienen de una explicación histórica, la psicología y en especial el psicoanálisis ha elaborado sus propias conclusiones.
Introducción
Este contenido pone énfasis en la continuidad histórica de las causas de la desigualdad racial en el Perú. Así, la llamada “herencia colonial” todavía es muy fuerte en el imaginario nacional: el orden estamental supone que una persona nace en una condición y debe morir en la misma condición, es decir, no existe la movilidad social, a diferencia de lo que ocurre en un orden moderno y democrático.
La sociedad peruana estaría enferma de resentimiento, tanto en los discriminados como en los discriminadores. De este malestar cultural hace referencia también Mario Vargas Llosa: “la enfermedad nacional por antonomasia, aquella que infesta todos los estratos y familias del país y en todos deja un relente que envenena la vida de los peruanos: el resentimiento y los complejos sociales”.
Resentido social
Sabemos, por ejemplo, que en los estratos altos y medios de la sociedad, es muy común en el habla cotidiana la expresión “resentido social”, el personaje que se siente o, mejor dicho, es percibido como víctima de la injusticia y la desigualdad.
Definitivamente, el racismo no es la única causa del resentimiento social. Un blanco pobre, por ejemplo, puede no sentirse “parte del grupo” por algún motivo. Pero, en última instancia, el racismo es una de las variantes de la exclusión, quizá la más dolorosa y agraviante.
Regresando a la “herencia colonial”, los peruanos, desde niños, tanto en el contexto familiar como en el escolar, somos entrenados por diversos medios para efectuar clasificaciones raciales relacionadas con percepciones socioeconómicas, además de estéticas y afectivas.
Gregorio Martínez
Para los peruanos, las razas existen en su imaginario, a pesar de que hayan sido descartadas en el discurso biológico o coloquial. Incluso, hay una cierta hipocresía que caracteriza nuestro racismo.
Para el escritor Gregorio Martínez, por ejemplo: “el pretendido afecto que sobrellevarían en el Perú las susodichas palabras, zambito, cholito, ponjita, aplicadas incluso al amor filial o erótico –mi negra, mi cholita- o por estima o cariño, resulta un subterfugio de hipocresía que quiere encubrir sometimiento, dependencia, vituperio y simpatía racista. ¿Simpatía racista? Habría que preguntarles a los destinatarios del trato, no a quienes atribuyen las piedras filudas de las buenas intenciones”.
Alberto Flores Galindo
Para el psicoanálisis, estos casos de “simpatía racista”, que se producen en situaciones inadvertidas, son portadoras de daño. El Perú postcolonial no ha sido capaz de resolver los problemas generados en el siglo XVI. Incluso el recordado historiador Alberto Flores Galindo cuando mencionaba:
“Una de las funciones de la historia es enfrentarnos a nosotros mismos, remontándonos hasta cuando se fueron estructurando concepciones y valoraciones que después queremos ocultar. En este sentido hay semejanza entre el quehacer de un psicoanalista y la función social de un historiador”.
Max Hernández
“Pensemos en una sensibilidad formada en un clima en el que aún se mantiene el racismo, el machismo, el autoritarismo y el desconocimiento del otro. Prejuicios surcados por abismos en cuyo fondo corren afectos intensos y encontrados: el desdén, menosprecio, envidia, resentimiento, soberbia, arrogancia, desconfianza, vergüenza… Las fracturas que dan lugar son más grandes que las diferencias culturales, ideológicas o valorativas… los territorios íntimos sobre los que siguen pesando viejas hipotecas”.
Servidumbre doméstica
El pedagogo español Sebastián Lorente nos cuenta que, en el siglo XIX, cuando salían a la sierra, las señoritas de Lima, no dejaban de pedir un cholito o una cholita para que las ayuden o atiendan.
Diminutivo de cholo, el cholito (o cholita) era un indio muchacho, huérfano o forastero, destinado al servicio doméstico; incluso, en el diario El Comercio podían leerse avisos como éste:
“Se necesita con urgencia para el servicio de un matrimonio sin hijos, un cocinero o cocinera y una sirvienta de mano” (3 de enero de 1859).
Era el equivalente a los pequeños carteles que hasta hace muy poco tiempo podíamos observar en las ventanas o puertas de una casa limeña que anunciaban “Se necesita muchacha”.
Desde el siglo XIX, estos sirvientes eran incorporados, aunque en un plano inferior y claramente diferenciado, a la vida doméstica e incluso a la propia familia.
Este “paternalismo” permitía disponer de trabajo gratuito y, a veces, justificaba el recurso al castigo físico. Algunos de estos sirvientes eran enrolados desde muy niños.
Ernst Middendorf
“La servidumbre de una casa se compone por lo menos de tres personas: un cocinero, un mayordomo y una muchacha o auxiliar de la señora. Los sirvientes son, por lo general, cholos o zambos, con excepción del cocinero, que frecuentemente es chino, y excepcionalmente francés. En las casas más ricas se añade todavía un portero, un segundo mayordomo que ayuda en la mesa al primero, un pinche de cocina o lavador de platos, una lavandera, costurera y tantas criadas como el número de hijos lo exija”.
Vida cotidiana
Este fenómeno muestra cómo el racismo está vinculado en el entramado mismo de la vida cotidiana. Se aprendía desde temprano cuando los niños que nacían en estas casas (tal como ocurre ahora con el empleo doméstico) observaban cómo sus padres trataban a estos cholitos que incluso podían tener la misma edad y eventualmente compartir algún juego con los hijos del jefe de familia.
Esta servidumbre estaba sujeta a lazos de dependencia muy rígidos. Los “criados” estaban obligados a servir en todo momento, a estar dispuestos a cumplir con las demandas y exigencias de sus patrones. Era el poder absoluto, la “dominación total”, a escala doméstica.
Servidumbre urbana
Lo que queremos demostrar es que la servidumbre urbana, que sobrevive hoy en todas las ciudades del Perú, no es fenómeno nuevo o que se remonta al siglo XIX. Estuvo en el “servicio personal” y en la estructura psíquica de las personas en ese entonces, y en especial de los indios que debían cumplir con los encomenderos del siglo XVI; en la servidumbre de los conventos coloniales; en el trabajo de los esclavos negros desde el mismo momento de la conquista; en las relaciones entre señores e indios en las haciendas andinas, etc. Este tipo de relaciones se reprodujeron en al ámbito doméstico que se fueron convirtiendo en centros de irradiación de la ideología racista.
Con el tiempo, la servidumbre urbana se consolidó como oficio de “cholos”. El cholo era una persona de baja condición, el descendiente de una raza vencida e inferior a la que solo le quedaba la sumisión (así lo creían sus amos). A lo largo del siglo XX, con el fenómeno masivo de la migración a las ciudades, a las familias tradicionales de la costa se les facilitó aún más el empleo de este tipo de servidumbre.
Conclusión
Finalmente, en un país en donde a menudo nos tratamos como extraños e incluso como enemigos, el psicoanálisis tiene una enorme tarea por hacer. Este “horror a la diferencia” hace que el racismo sea multidireccional y autodenigratorio. Se trata de situaciones postcoloniales que requieren ser estudiadas en su intimidad, en su inserción ideológica, en su contexto histórico en el que pesan grandes hipotecas.