Observo a un niño de tercer grado en el recreo, apoyado en una columna y tratando de esconderse no sé de qué, intenta seguir a un grupo de niñas que juegan a las “chapadas”, pero se desorienta y pierde el sentido de lo que quería hacer. Otra vez intenta y mira a los lados tratando de integrarse pero no consigue buenos resultados.
Pregunto a un niño de su salón ¿Por qué no juegas con él? La respuesta es: no quiero, ¡no sabe jugar! Me dirijo a otro niño: ¡hey! ¡Juega con él! No miss, frunciendo el ceño, ¡está jugando con niños de otro salón!. Ante estas actitudes me pregunto ¿que habrá pasado en su vida?, ¿que habrán hecho sus padres? para que le resulte difícil hacer algo tan sencillo y básico en los niños: jugar.
En otra aula en horario de clases, un grupo de niños me piden que los deje jugar chipitaps, ¡Ok, pero traten de no hacer mucho ruido! respondo (algo un poco difícil para unos niños de sexto grado) escucho muchos ¡yeee! Y me alegro. Todos los niños se van al fondo del salón donde hay espacio para jugar y las niñas se quedan conversando entre ellas en sus carpetas, tranquilas. Hay dos niños nuevos que también juegan, pero hay uno que llama mi atención. Se queda en su asiento, con los brazos cruzados tapándose la cara, le pregunto por qué no juega y me dice: “no me llama la atención ese juego”.
Le digo que acerque su carpeta a mi pupitre y me cuente un poco de su anterior colegio. Lo que escucho me hace entender un poco su comportamiento y me hace pensar que los padres tuvieron tanto que ver en su actual desenvolvimiento. Escucho cosas como “ahora vivo con mi papá, por eso nos mudamos y cambié de colegio”, “el anteaño pasado también fui a otro colegio porque me mude con mi mamá” “no tengo amigos”. Al rato, llega al salón su profesora y me tengo que ir, dejándolo solo con la misma actitud. Quedo con él para conversar en otro momento.
Estos casos y otros más me tocan vivir en el colegio donde trabajo como psicóloga, casos en que las habilidades sociales son ajenas a un grupo de niños. Por lo que tengo que enfatizar que el origen de las habilidades sociales se presenta con una actividad típica e inherente al ser humano: el juego.
El juego es la expresión natural más importante por ser innata, ya que cualquier actividad puede ser convertida en juego, el movimiento lúdico ayuda a que el niño se desarrolle física, psíquica y socialmente. Es decir, el niño mediante este tipo de lenguaje exterioriza su personalidad, aprende reglas, regula su comportamiento, exterioriza pensamientos, descarga impulsos y emociones, conoce roles, normas de conducta y valores. De bebé, a través del juego, afianza una cercanía con sus cuidadores e internaliza ciertas reglas sociales, las cuales durante su crecimiento se convertirán en habilidades sociales y permitirán una adecuada adaptación al medio.
Respecto a esto, un psicólogo suizo muy reconocido llamado Jean Piaget, estudió como se presenta el desarrollo del juego en las diferentes edades, observó que los niños se inclinan por juegos piel a piel desde su nacimiento con un contacto cercano al cuidador, así como por canciones y la repetición de algunas acciones, lo cual les causaría cierto placer; cuando se van acercando a los 4 años de edad, sus juegos sociales no están bien definidos, son hasta exagerados, confunden o invierten los modelos de conducta del adulto, el niño es aún egocéntrico, transforma y cambia reglas según su beneficio o antojo, como por ejemplo cuando juegan al profesor, el castigar es exagerado, el vendedor de tienda puede ser sobreactuado. Para poder afianzar esta etapa todo sirve, cocinitas, una caja como garaje, muñecos, bicicletas, instrumentos musicales, etc.
Mientras crecen continúan las representaciones que ayudan a socializar mejor a los niños, como por ejemplo, a los 7 años aparece el compañero de juego, aquel hermano o amigo con quien jugar y compartir. A esta edad simbolizan representaciones de personajes más exactos, el juego del papá y la mamá o la doctora y el paciente, se hacen con imitaciones que van adquiriendo papeles más definidos e implicando la representación de los personajes con contenidos y argumentos más fundamentados.
Es así que, mediante la representación van dejando el juego individual para jugar con el resto de los niños y niñas, lo que conlleva a respetar las normas de cada escenario compartido, normas que determinan como debe comportarse un personaje para lograr un objetivo en común, por lo que van aprendiendo a colaborar con los otros, como cuando un niño se olvida algo, los demás lo ayudan a recordar y sin darse cuenta van desarrollando la conducta prosocial, aquella que se fundamenta en ayudar al otro y preocuparse por sus necesidades.
Con este tipo de juego simbólico los niños pueden ir liberando estrés cuando algo les preocupa, mediante la fantasía repiten el juego hasta encontrar una respuesta placentera o pueden jugar a que los papas se fueron de viaje y llegaron muy contentos, aliviando el estrés que pudo acarrear la separación. Asimismo, mientras que juega el niño, el lenguaje va sirviendo para abrir un mundo nuevo, las rimas, las palabras nuevas o las simulaciones de conversaciones, cuentos, trabalenguas, letras de canciones o diálogos van sumando para el desarrollo intelectual y emocional.
Por lo tanto, es importante que los padres estén atentos a como juegan los niños y que utilizan en el proceso de su desarrollo. Si observan que el niño no juega o no avanza en la estructura de su juego, sería necesario acudir a la ayuda de un psicólogo especialista para su diagnóstico y definir si podría ser algún tipo de trastorno específico.
De 6 a 12 años aproximadamente el juego del niño ha ayudado a que asimile el entorno en el que vive, el ambiente y el mundo que lo rodea. Sin darnos cuenta empiezan a jugar con reglas, los juegos se hacen en base a normas pre establecidas las cuales los niños aceptan con voluntad, el acuerdo es mutuo y si son mayores van variando ciertas reglas mediante el consenso de todos los involucrados. Es decir, que como vemos el juego es un gran aporte para el desarrollo motor, cognitivo, social y afectivo emocional.
Por lo tanto, la práctica del juego conlleva al desarrollo de competencias sociales. Desde hace mucho se ha venido estudiando cómo se da el aprendizaje de las habilidades sociales, siendo uno de los primeros en estudiarlas el psicólogo Andrew Salter, el cual las conceptualizaba como rasgos de la personalidad y pensaba que estas competencias eran poseídas por algunas personas y por otras no.
Entendemos las habilidades sociales como un conjunto de conductas que son aprendidas, de nuestros padres, cuidadores, amigos o familiares. Estas habilidades se desarrollan a través del tiempo, y pueden ser autoreforzadas o reforzadas por el entorno en el que vive. Una habilidad fundamental que se aprende en el seno familiar es el comunicarse, el poder escuchar al otro; hacer y contestar una pregunta. Algo tan simple para el niño como saludar es un logro importante, y un primer paso para formar esta competencia es el poder presentarse con otros niños e iniciar un diálogo, acto que posteriormente facilitaría una rápida adaptación al medio escolar y familiar.
Conclusión
Sabiendo esto, los padres de familia juegan un rol muy importante en el desarrollo de estas habilidades, es por eso que brindo algunas recomendaciones para ellos:
- Realizar un pequeño autoanálisis y examinar cuales son nuestras fortalezas y debilidades en cuanto a la habilidad para socializar.
- Conocer la personalidad del niño: el temperamento es algo inherente al ser humano y difícilmente puede cambiar, sin embargo el carácter es algo que se puede formar, por lo que se conocen muchos casos de niños introvertidos que logran socializar sin problemas.
- Ser consecuentes con nuestros actos: la primera referencia que tienen los niños somos nosotros como padres, es por eso que imitaran muchas de nuestras conductas y eso nos exige a mostrarnos socialmente estables.
- Estar dispuestos a enseñar: el aprendizaje de los niños se da en cualquier momento por lo que es recomendable estar prestos a moldear o corregir conductas inmediatamente, incentivándolo a mejorar en sus destrezas sociales.
- Aprender de otros niños: si bien es cierto somos los primeros modelos para nuestros hijos, pero el aprendizaje por observación de otros niños modela y refuerza estas habilidades. Algo tan sencillo como invitar a un grupo de amiguitos a jugar puede ser un momento valioso de aprendizaje.
- Facilitar el juego con materiales adecuados y organizados para su edad, variando también algunos juegos tradicionales para favorecer la creatividad.
- Otra herramienta es que junto con ellos, analicemos la posibilidad de ganar o perder en los juegos, estimulando su opinión y reflexión.